Echando la vista atrás

Apenas seis meses atrás, yo era una persona “sobreocupada” que perdía más de dos horas al día en inútiles atascos, continuamente envuelta en reuniones, tensiones laborales y que se sentía culpable si no lograba sacar su hora de ejercicio diario para preparar sus locuras ultramaratonianas. Llegaba sin ganas a casa y a duras penas sacaba un bufido para darle las buenas noches a mi esposa, mientras seguían revoloteando en mi cabeza un montón de temas sin resolver. Así día tras día. Los fines de semana tampoco llevaban el necesario descanso a mi cuerpo y a mi mente. No desconectaba del trabajo y no devolvía el cariño a mis seres queridos en la medida que se hubieran merecido.

Si me hubiesen preguntado si era feliz, no creo que hubiera respondido afirmativamente, pero sin duda me consideraba una persona útil, digamos que realizada, y con un sentido claro a su vida. No me planteaba que quería hacer, o más bien ser, el día de mañana. Simplemente aspiraba a seguir subido en la montaña rusa, manteniendo mi cuerpo lo más estable posible y sin caerse de la cabina.

Séis meses después, mi existencia se ha transformado radicalmente, para bien o para mal, cabría preguntarse. A punto de doblar la esquina de la sesentena, ya no pierdo dos horas o más en atascos ni estoy envuelto en reuniones y debates laborales. Dispongo de todo el tiempo para mí y si me repitieran la pregunta de si soy feliz, tampoco creo que respondiera afirmativamente.

En contra de lo que pudiera pensarse, mi agenda está casi tan llena de eventos y citas como hace séis meses, mi cabeza sigue en plena ebullición, descanso algo más, pero mucho menos de lo que cabría esperarse.

Sigo enfadándome de vez en vez, cuando me acuerdo que fui pre-retirado de mi vida laboral por mi carnet de edad y no por mis conocimientos o valía. Pese a ello, he podido tener alguna oportunidad para reengancharme a la vida laboral, pero para hacer más de lo mismo sin tener la necesidad económica de hacerlo, he considerado que no merecía la pena, ni para mí ni para mi entorno.

He vuelto a estudiar, he logrado sacarme la titulación de técnico deportivo en atletismo, con la experiencia sobrevenida de ser el “abuelo” de la promoción. Asisto regularmente a clases en la universidad de mayores, volviendo a refrescar mis conocimientos sobre Física y retos de las nuevas tecnologías, no desde la praxis como era en mi vida laboral reciente, sino desde la pura formulación teórica.

Dedico parte de mi tiempo a organizaciones voluntarias y me he apuntado como mentor para emprendedores.

Y dentro, de mi continua locura por meterme en charcos, he abierto página web, estoy trabajando en una “opera prima” como escritor sobre relatos ficcionados de como podría ser nuestro futuro, que ya veremos si llega a ver la luz.

No he reducido mi práctica deportiva pese a haberme detectado en paralelo con mi preretiro laboral, una artrosis importante en mi cadera, que curiosamente estaba ahí antes, pero que quizás el estrés había escondido y curiosamente atenuado. Algo así como si te dijeran que el fumar aparte de poderte matar, te puede venir bien para no engordar. Eso sí, en vez de solo correr y correr, como el conejito del anuncio, ahora también, nado, hago bici estática, gimnasio y acudo a clases acuáticas matutinas. En este último caso, curiosamente soy el joven de las clases para compensar otras situaciones que antes os comenté.

Nuestras vidas son una continua contradicción en busca como acto reflejo e instintivo, de la supuesta felicidad. Ansiamos lo que no tenemos y cuando perdemos algo de lo que forma parte de nuestra vida habitual, lo añoramos. Sufrimos movimientos pendulares, que nunca se detienen en un punto de equilibrio emocional.

La gran reflexión es que a cada salida de piñón de la cadena de nuestra bici vital, hay que reaccionar, mantener el equilibrio para no caerse mientras nos detenemos, arreglamos la situación y seguimos dando pedales, aunque sea en otra dirección. Todos los caminos pueden llevarnos a una nueva Roma, llena de monumentos por descubrir, experiencias que vivir, personas que conocer, y en definitiva seguir dando sentido y forma a nuestro tránsito vital.

Echando la vista atrás, seis meses después, sigo instintivamente buscando mi felicidad y la de mis seres queridos como he hecho desde que tengo consciencia. Ya no conduzco por autovías, pero estoy disfrutando de la conducción en vías secundarias llenas de curvas y baches, que quizás me lleven a algún destino soñado. De momento disfruto del paisaje.

Compartir esta página